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Blog de Directo a Japón

Regreso a Japón 2019 - Día 3: Aizu-Wakamatsu

La ciudad de los samurái

03 de Abril de 2019

     Hoy ha tocado un buen madrugón, poniendo rumbo a la estación a las 7 y poco de la mañana. Nuestro destino en este tercer día de viaje por Japón es la ciudad de Aizu-Wakamatsu, en la prefectura de Fukushima. Por delante nos esperan unas dos horas de viaje en tren, con un transbordo en la estación de Koriyama, donde ya comenzamos a ver algunas referencias al mundo samurái y su relación con Aizu-Wakamatsu.

El trayecto en tren se hizo ameno, con mucho paisaje nevado y viendo a gente joven subir y bajar del tren cargando con su equipo de ski o de snowboard. Y es que esta zona de Japón cuenta con varios puntos donde poder practicar estos deportes de invierno,y con muy buenas instalaciones a tenor de lo visto desde el tren.

Ya en nuestro destino, nos recibe un extraño ser con forma de ¿vaca?, teniendo una versión mecanizada a la salida de la estación con un botón que si lo aprietas hace que te cante una canción. Después de esta calurosa bienvenida, vamos andando bajo la lluvia hacia nuestro hotel, el Aizuwakamatsu Washington Hotel, que está a unos 3-4 minutos de la estación.

Con menos equipaje encima y un par de paragüas tamaño mini que apenas cubrían la cabeza y parte de los hombros, volvemos a la zona de la estación para comprar el pase de un día del bus turístico de Aizu-Wakamatsu (600 ¥), ya que cada trayecto te sale 210 ¥ y teníamos pensado hacer varios viajes para amortizarlo. Los puedes adquirir en una pequeña caseta que hay frente a la estación, justo donde para el bus.

Estos autobuses realizan una ruta circular por los principales puntos turísticos de la ciudad, pudiendo elegir entre dos líneas, cuya diferencia es el sentido en que realizan la ruta. Son autobuses pequeños, de color verde (aunque en la web de la compañía de autobuses aparecen de color azul) o rojo, algunos más pintorescos que otros. Nosotros hemos escogido la línea que hace la ruta en el sentido contrario a las agujas del reloj, es decir, el Haikara-san (los que van en el sentido contrario se llaman Akabe).

Nuestro primer destino del día iba a ser el castillo Tsuruga (Tsurugajo), teniendo que bajar en la parada Tsurugajo Iriguchi, que te deja a unos 3 minutos andando de la zona del castillo. Alrededor del castillo hay unos jardines, los cuales me recordaron un poco a los que te puedes encontrar en el castillo de Matsumoto (salvando las distancias), además de un pequeño santuario.

Este castillo fue construido en 1384 y sirvió de residencia para los diferentes daimyos (señores feudales) que gobernaron la zona durante años. Este castillo vio pasar distintos enfrentamientos entre clanes y guerras, como la que en 1874 ocasionó su destrucción. En 1965 el Gobierno de Japón decidió reconstruirlo tal como puede verse hoy.

La entrada al castillo cuesta 410 ¥, pudiendo visitar todas sus plantas, incluyendo la base donde se almacenaban alimentos y otras mercancías de la época. En cada planta pueden verse expuestos objetos históricos interesantes, así como disfrutar de una panorámica de la ciudad desde la última planta, la cual cuenta con una zona exterior. Advertimos que se accede a cada planta por escaleras, así que si tienes algún tipo de problema para moverte tal vez sea mejor que descartes la visita.

Tras la visita al castillo, cogimos de nuevo el bus hasta Aidu Bukeyashiki (parada Aizu Bukeyashikimae), una residencia samurái que sirve como museo para mostrar al visitante cómo era la forma de vida en la época. La entrada cuesta 850 ¥, pero vale la pena entrar. Es una visita muy completa, recorriendo una auténtica residencia samurái, con muñecos que simulan momentos de la vida cotidiana de la época y explicaciones de la función de cada habitación. El complejo cuenta además con tienda y algún pequeño restaurante.

Como no paraba de llover y el día estaba frío, nos quedamos un rato con los pies frente a uno de esos calefactores de gas que suelen verse por Japón. Había otra pareja de japoneses haciendo lo mismo al lado, y además la señora que atendía el pequeño puesto de souvenirs de la entrada nos ofreció un té. Se nota que en este tipo de sitios donde es más complicado ver a turistas occidentales se abren más y no les cuesta tanto entablar una conversación.

Con los pies un poco más calientes, volvemos a coger el bus turístico y nos plantamos frente al monte Iimoriyama, conocido por albergar las tumbas de jóvenes guerreros (de menos de 16 años) que lucharon hasta el final cuando su ciudad fue invadida, suicidándose antes de caer a manos del enemigo.

Un aspecto que nos pareció curioso es que para llegar al punto donde se encuentran las tumbas hay que subir bastantes escalones, o tomar un camino lateral en cuesta que se hace menos pesado, pero justo al lado de las escaleras hay otras mecánicas por las que te cobran si pretendes usarlas. Y por si alguno que no la tome desde el principio se arrepiente a mitad de camino, también hay otro acceso a dichas escaleras mecánicas a la mitad por algo menos de la tarifa completa.

Pero como hemos dicho, decidimos tomar el camino lateral por recomendación de una chica que atendía uno de los puestos de comida que hay a la entrada. Yendo por ahí pasamos primero por el pequeño estanque que sirvió como escapatoria (puede verse el túnel en la montaña por el que corre el agua y que les sirvió para cruzarla) para los jóvenes guerreros samurái. 

Después subimos un poco más y entramos a la pagoda Sazaedo, una pequeña pagoda de madera con una peculiar forma a la que se puede entrar por 400 ¥, subiendo por una rampa en forma de caracol y bajando por el lado contrario.

El interior no es que tenga nada llamativo, pero es una experiencia que vale la pena probar.

Tras dar una vuelta por la zona de las tumbas, hemos bajado y cogido el bus de regreso a la estación, ya que no paraba de llover y empezábamos a estar un poco calados. Y una buena forma de entrar en calor es con un buen tazón de ramen, ¿verdad?. Pues justo a la izquierda de la estación hay un pequeño local donde sirven unos tazones de ramen con tonkatsu que están deliciosos. El lugar se llama Kitakata ramen Marukata y tiene una decoración de lo más sencilla y algo anclada en el pasado, pero es justo eso lo que le da un ambiente perfecto para disfrutar de la comida. Todo un acierto si pasas por la ciudad.

Ya con el estómago lleno y caliente, volvemos al hotel para hacer el check-in y entrar al fin a nuestra habitación, cuya llave era una tarjeta perforada como las que utilizaban los ordenadores hace mil años. Una anécdota de ese momento es que, sin darme cuenta, nos cobraron 1.000 ¥ de más al pagar y cuando llegamos a la habitación ya estaba allí el señor de recepción disculpándose y devolviéndonos en un sobre los 1.000 ¥. Todo un ejemplo de honestidad japonesa, y de velocidad supersónica para moverse por el hotel. Por cierto, la habitación del hotel también era un poco años 80, pero era cómoda y podíamos ver a lo lejos el castillo Tsuruga.

Y hasta aquí la crónica viajera de hoy. Esperamos que te esté gustando este paseo por un Japón algo más desconocido para el turista occidental, y recuerda que si quieres seguir viajando con nosotros debes estar atento a las siguientes crónicas. ¡Nos vemos en el siguiente capítulo de "Regreso a Japón 2019"!.

 

CONTINÚA LA CRÓNICA EN EL DÍA 4

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